La obra artística de carácter político constituye un riesgo, más todavía si lo que dice lo dice de manera explícita. Ricardo Longhini expone en el Centro Cultural Recoleta cerca de veinte esculturas con intención política y discurso explícito; son reflexiones sobre temas eternos como el poder y la relación de la gente con ese poder, y casi nunca caen en el lugar común.
A Longhini le gustan la piedra, la madera y el metal. Nada de materiales nobles. Lo que Longhini quiere decir necesita plantearlo con viejas chapas, con maderas berretas que han pertenecido a muebles, con piezas de hierro que han sido chatarra. El autor necesita estos materiales porque habla desde su condición de habitante de un país del Tercer Mundo; es decir, habla de un poder brutal, decadente y mentiroso.
En el catálogo de la muestra Longhini se define, con orgullo, como un perdedor; su mirada mezcla escepticismo, humor y bronca moderada; ya desde el irónico título de la muestra, Mieles del fin del milenio, anticipa su postura. Ejemplos: Justicia social, una obra perfecta, está presentada como un objeto arqueológico que hubiese sido desenterrado en un sitio donde hace muchos años se desarrolló una población peronista.
Hay dos razones básicas para visitar esta muestra, que finaliza el 18 de este mes. Una de esas razones es la calidad de las obras; la otra es la imposibilidad de ver seguido trabajos de Longhini, pues expone poco. Su muestra anterior -tan potente como la actual- fue en 1993 y su título era toda una declaración de intereses: Acerca de la ética, la justicia, el amor, el poder, el odio, la muerte y otras obsesiones.