La noticia dio vuelta al mundo: Emilio Botín falleció hoy, inesperadamente. El dato podría ser irrelevante: al día mueren miles de personas en diversos márgenes del planeta. Pero el caso de Botín merece estar en los diarios, porque desde la presidencia del Grupo Santander se convirtió en uno de los banqueros más influyentes de Europa. Y también en los anales del psicoanálisis: ¿Qué habrá inclinado la balanza para que un tipo llamado “Botín” se hiciera cargo de una de las cajas de caudales más caudalosas de todo un continente?
No se trata de un caso aislado. Los marcados por el destino sorprenden a cada paso: Arturo Carozzo es semillero (y en su negocio puso “semillería”, no “vivero”, como para dar más énfasis a la relación apellido-profesión), Marina Grita es experta en violencia escolar, María José Buzón experta en comunicaciones y Gloria Perrupato, veterinaria. Muchas personas tienen una inclinación a dedicarse a eso de lo que se llaman. Hace algunos años reuní unas 150 “pruebas” de la existencia de estas curiosidades en un libro que se llama, precisamente Marcados por el destino. En el proceso, entrevisté a unos 50 de los personajes mencionados y luego la vida me cruzó con otros 10. Sólo uno me presentó quejas (no diré cuál, para que no me reitere la queja) y ninguno, ni uno solo de los restantes logró dilucidar en el plano conciente si existió algún disparador en el apellido para dedicarse a lo que finalmente se dedicó.
Uno puede intentar especulaciones propias de recreo escolar, y decir que Gabriel Azcárate escuchó tantas veces su apellido pronunciado con acentuación grave que decidió hacer caso y llegó a cinturón negro. O que tanto le hincharon a María Teresa Panzitta que no tuvo otra opción que convertirse en nutricionista. O que las bromas hacia Roberto Paredes fueron tan frecuentes que terminó por decir: “Má, sí, yo pongo una inmobiliaria”.
Pero aún así, hay casos que sobresalen. Primero, el de aquellos que hicieron de su profesión-apellido una forma de vida. Porque el doctor Rubén Gatti pudo haberse conformado con ser veterinario, pero no. Se especializó en gatos. Y pudo haber parado ahí, pero no. Se convirtió en el vicepresidente de la Asociación Argentina de Medicina Felina. César Carman pudo haberse contentado con que le gusten los autos, pero no sólo llegó a la presidencia del Automóvil Club Argentino, sino que además la sostuvo durante varias décadas.
La otra rama de casos que rompen con cualquier análisis previo es el de los ocasionales. Mateo Refrigeratto salió de su casa en Italia con un apellido infrecuente y ganas de pasar unas vacaciones y, de milagro, no se congeló en las alturas del Aconcagua, a miles de kilómetros de distancia. Hernán Crespo pudo haber sido contratado por cualquier equipo de fútbol del mundo, pero justo se interesó en él la Lazio. Incluso, el destino parece moverse cómodo en las aguas del ménage à trois. Adriana Caldo se dedicó a la nutrición. Hasta ahí, nada que no hayamos visto en los renglones precedentes. María Pappa optó por la misma profesión. De nuevo, entra en la norma. Ahora bien… ¿Qué las habrá motivado a poner una clínica juntas?
De todos modos, por una cuestión estrictamente personal, dejé de bromear con este tema hace mucho. Es que el destino, implacable, me dio una advertencia de lo que me ocurriría si seguía hurgando en sus designios. Horas después de haber entregado Marcados por el destino al editor, un automóvil embistió al que yo manejaba. Me bajé, le pedí los datos para el seguro, y el hombre, de edad muy avanzada, me extendió su documento para que yo lo leyera: se llamaba Jorge Frennen.
Fuente imagen: rokambol.com